Entré al salón como de costumbre,
cargando en ambas manos libros, bolsas lapiceros y demás herramientas que me
servirían para ese día. -¡Buenos días!- me anuncio al entrar y aunque hay un
poco de bullicio, mis oídos ya no conocen más el silencio. Acomodo mis cosas en
el escritorio, que se sostiene a duras penas y saco mi lista. Espero a que el
ruido disminuya un poco y comienzo a pasar lista. Al terminar, indico al grupo
que saquen sus libros y sus libretas para revisar la tarea que dejamos para
hoy. -¿Alguien quiere leer el problema?- pregunto esperando tener un poco de
suerte y que alguien la haya hecho. Al fondo del salón se ve una mano tímida,
pero decidida. Comienza a leer el problema y yo mientas paso por los lugares
para asegurar la disciplina. Termina de leer y comentamos en el grupo, que fue
lo que entendieron que tenían que hacer, algunas manos responden y yo hago
comentarios al respecto, recordamos el tema que ya vimos para poder realizar y
resolver el problema, -Alguien quiere pasar a resolverlo al pizarrón?- nadie
responde, era de esperarse, así que elijo a alguien al azar, se levanta y con
algunas palabras de aliento lo hago pasar. Le doy el marcador y comienza a
escribir, les digo a los demás, mientras escribe, el propósito de que pasen al
frente y que posteriormente si alguien tiene una manera diferente de resolver
el problema, lo comentaremos. Cuando el alumno termina, el grupo le hace
preguntas, el explica su método y le anoto una participación. Posteriormente,
varios alumnos con distintas maneras de resolverlo, pasan al frente y siguen el
mismo protocolo: resuelven, explican y contestan dudas de sus compañeros. Le
pido al grupo que copien las nuevas maneras de responder y que hagan un pequeño
análisis al respecto. Una vez que han terminado, comienza el bullicio de nuevo,
pido orden y les hago ver que mientras más rápido terminen, podrán salir
(porque mi clase era antes de receso). Veo a una niña haciendo nada al fondo
del salón, mientras todos escriben, me acerco a ella y le pregunto qué le pasa,
la respuesta obvia no se hizo esperar -Nada-me dijo, le dije que trabajara y
que al término de la clase si quería, podía hablar conmigo. Una vez terminada
la actividad, leímos algunas reflexiones y esto nos dio pie al siguiente tema,
el cual apenas dimos una pequeña introducción porque el tiempo se estaba
acabando, al final revisé la actividad que realizamos en el salón y sonó el tan
esperado timbre. La alumna al final del pasillo me contó su problema y le di
algunos consejos, pero le sugerí que hablara con su mamá al respecto, y que si
no quería le conseguiría una cita con el psicólogo de la escuela. Se marchó más
tranquila y al menos pude ver un atisbo de sonrisa en su rostro. Recogí mis
cosas, con un poco de trabajo, y me dirigí a la puerta para entrar a un nuevo
grupo.
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